Botonera

--------------------------------------------------------------

19.11.16

"MICHAEL MANN. CREADOR A LA VANGUARDIA", VICENTE RODRÍGUEZ ORTEGA (coordinador), Shangrila 2016




Ladrón, Michael Mann, 1981




París, a principios de los ‘70. Con la muerte del General De Gaulle, el país comienza a restañar una herida todavía caliente. La de aquellos argelinos cuyos cuerpos fueron arrojados al Sena durante una manifestación anticolonialista. La de los movimientos estudiantiles reprimidos, vigilados y castigados por los cuerpos de seguridad del Estado. La de una nación instalada, de manera casi esquizofrénica, entre la vanguardia y el retroceso; en la euforia ante los vientos de cambio y la reacción de rechazo frente a los desclasados. Ante aquellos que murieron aplastados en las vías de la estación de Charonne, mártires de una conciencia social larvada durante los numerosos levantamientos obreros. Para muchos, la década anterior significó el alfa y el omega de una esperanza política que se cifraba en la revuelta permanente. Inicio y conclusión. Viaje al fin de la noche. Y, sin embargo, los ‘70 recogen, quizá como ningún otro periodo, ese sentimiento de frustración para aportarle, más que una hondura moral, una dimensión estética.

La novela negra, que preparaba su transición del noir al polar (esta, por cierto, una deformación fonética de policier), absorbe ese clima de inestabilidad política para proyectarlo sobre un microcosmos de pequeños delincuentes, policías y detectives. Frente a la línea clara del relato de intriga popularizada por autores como Boileau y Narcejac, Sébastien Japrisot o Thierry Jonquet, brotan nuevos autores como Jean-Patrick Manchette o Didier Daeninckx que sitúan en el centro de la novela el tenor social de su tiempo. Lo político como forma, como proyecto estético que, asimismo, alumbra una narrativa menos convencional. En la que se adoptan enfoques conductistas, se recrudece el dibujo de los personajes, siempre tortuosos y turbulentos, y se acentúa la velocidad de unos sentimientos cada vez más efímeros. Incapaces de capturar el fragor con el que los acontecimientos se despliegan sobre la Historia; solo trazos minúsculos que, con la fuerza de un relámpago, esculpen ese instante de violencia que atraviesa las vidas de sus protagonistas.

De alguna manera, el proyecto estético emprendido por la novela tuvo su prolongación en el cine. Hablar de proyecto implica asumir que sus autores perseguían una reflexión de fondo a través de sus obras. Mientras Manchette representaba en Nada (1974) los últimos rescoldos de la revolución contra las formas burguesas de la sociedad francesa, Claude Néron retrataba la amarga vida interior de un policía encadenado a sus obsesiones, destruido por unos anhelos inalcanzables, en Max y los chatarreros (1968). Y en ambas flotaba una sensación de realidad en la que la brutalidad del CRS aplacaba las revueltas culturales y la delincuencia menor resbalaba por los márgenes de la ciudad hasta abrazar una vida en la sombra. Visto así, lo que los nuevos autores del noir proclamaban era la necesaria evolución de unos postulados que no podían encajar con su tiempo. Con esa incertidumbre que las crisis de Modernidad, fallido paréntesis entre épocas que naufragó definitivamente tras la Segunda Guerra Mundial, instaló ante el miedo al vacío. Después de los prometedores sueños de la Ilustración, ante el avance de la técnica y del capitalismo, frente a una posmodernidad que se dedicaría a hacer de bálsamo para curar, a base de relativismo débil, las heridas abiertas de la cultura. Obsesión, ansiedad, aislamiento. Ecos de un tiempo convulso, marcado por los cambios políticos y la velocidad de los sentimientos. El noir, convertido en polar, ahondaba en la fisicidad de esas emociones a través de personajes herméticos que respondían con sus acciones [...]


Fragmento de:
Ladrón, Michael Mann y la transformación 
del thriller norteamericano.
Apuntes para una estética del noir
Óscar Brox