Botonera

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21.4.15

XI. "PIER PAOLO PASOLINI. UNA DESESPERADA VITALIDAD", Revista Shangrila nº 23-24, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2015.




LA FUERZA POÉTICA
DE LA CONTRADICCIÓN
José Luis Molinuevo





Accattone, 1961 / El cadaver de Pasolini, 1975





Todo comienza y acaba en una imagen. En el momento en que se le escapa la vida a Accattone, ese Franco Citti de andar bamboleante, cabeza baja y mirada atravesada, Pasolini le hace decir: “Aaaah... Mo sto bene!”. Imagen final que aparentemente se funde con otra de 1975 en que su creador ve cumplidas las palabras del personaje: “O me mata el mundo o lo mato yo a él”. El mundo los ha matado pero el resultado son imágenes asimétricas: una es poética, la otra es prosaica, un rostro transfigurado, un cara desfigurada. Las palabras que acompañan a la primera son contradictorias: cuando se le escapa la vida por la herida en la cabeza verbaliza un pensamiento de plenitud mientras que, lejos de la desesperación, el rostro refleja una serena felicidad de quien por fin, él, todo, está bien. Y, sin embargo, más que satisfacción se percibe en Accattone el alivio contextual de que, por fin, todo, el sinsentido errante de su vida, ha acabado. La imagen del cadáver de Pasolini trasmite su evidencia última de que todo solo puede ir a peor. Es una de las víctimas intolerables de la intolerancia profunda del nuevo fascismo que alumbra la segunda mitad del siglo XX y plenamente operativo en el XXI: el fascismo de la tolerancia. Con el gesto anónimo e instintivo de los talibanes en todas las épocas han destrozado su cara, para que no mire, para que no diga más, después de haberle dejado decir (casi) todo lo que quería, naturalmente.

Al espectador de la intensa y brutal Saló o los 120 días de Sodoma (Salò o le 120 giornate di Sodoma, Pier Paolo Pasolini, 1975), al lector de los Escritos corsarios (Scritti corsari, 1975) y Cartas luteranas (Lettere luterane, 1976), le invade la sensación de que no hay salida, de que se ha llegado al final de un proceso. Pero esto no quiere decir, en su caso, agotamiento, sino plenitud creativa, que todas las energías vitales están siendo tensadas hacia lo que ha sido el punto de fuga existencial: esperar sin esperanza. Él emplea dos palabras para definir el proceso, ese “avanzar a través de oposiciones”: “contradicción” y “oxímoron”. Es la metodología del (auto) excluido que toma de sus arquetipos míticos, en especial de Edipo. Su actitud de rechazo como temple existencial va más allá de las opciones concretas respecto a las que se está constantemente pronunciando. Se inscribe, más bien, en ese hecho (no sé si biológico antes que cultural) que refleja Saramago en Historia del cerco de Lisboa (1989): la gran división entre las personas es entre los que dicen sí y los que dicen no. O en sus propias palabras: “el rechazo ha sido siempre un gesto esencial. Los pocos que han hecho la historia son aquellos que han dicho no”. ¿Se puede hacer una historia que no sea la de los vencedores o vencidos, sino de la contradicción y el oxímoron? En otras palabras ¿Cómo es posible una historia entendida como ejercicio de la libertad pero en la que las cartas están ya marcadas? ¿Cómo seguir siendo marxista en la conciencia de que se forma parte de las condiciones a eliminar? ¿Cómo ser “auténtico” sabiendo que se vive de aquello que se critica y de aquellos a quienes se critica? Todo ello configura el drama del intelectual burgués de todos los tiempos ya que es precisamente la burguesía, a la que dice odiar, y no el pueblo, al que se imagina amar, quien le da de vivir, siendo la única con poder adquisitivo y nivel cultural para comprar su obra. Es difícil responder a este dilema desde la historia sin caer en una parálisis, y de ahí su recurso frecuente a la protohistoria, al mito (...)




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