(...) La supervivencia no figura entre los sublimes tópicos de la alta cultura occidental. No ha figurado junto a la belleza, la justicia, la libertad o la verdad en el repertorio áureo de las graves monedas filosóficas. Su valor de uso no ha sido reconocido por los librecambistas del juego trascendental, aun jugado con las fichas irregulares de un casino existencialista. Tiene su lógica. Hay algo vergonzoso en el hecho mismo de sobrevivir. El hecho es el mensaje, y toda interpretación es un alarde.
Uno de los más bellos y tempranos escritos platónicos, la Apología de Sócrates, se debate entre el hecho y su interpretación. Muestra el hecho, el juicio del maestro en el doble sentido de la expresión: el juicio al que es sometido, y el juicio al que somete a sus acusadores. Del doble juicio, en la disposición irónica del texto, se colige que no cualquier existencia es digna de ser vivida para el hombre; mucho menos si este ha renunciado a su vida, a su forma de ser, para prolongar su existencia. No porque la existencia no deba ser lo más larga posible (el platonismo condena el suicidio) sino porque la duración de la vida se entiende ligada a la preservación de su forma. Todo ello es bien conocido… La diferencia entre bíos y zoé, entre la vida en su dimensión humana y la dimensión animal de la vida, es un legado de la filosofía griega que el cristianismo filosófico ha podido afirmar y negar, aprovechar y rechazar en distintos sentidos. La supervivencia no añade al conocimiento divino ninguna nota especial. Lo que la vivencia tiene de “super” se reduce al punto de vista que la criatura tiene de su propia existencia: de los peligros superados y, sobre todo, de su inconsciencia -no saber- respecto de los peligros no avistados y sorteados a cada instante, por dentro (el cuerpo) y por fuera (el mundo). Dicha conciencia proporciona al individuo un marchamo de dignidad animal que lo previene contra el martirologio (...)
Uno de los más bellos y tempranos escritos platónicos, la Apología de Sócrates, se debate entre el hecho y su interpretación. Muestra el hecho, el juicio del maestro en el doble sentido de la expresión: el juicio al que es sometido, y el juicio al que somete a sus acusadores. Del doble juicio, en la disposición irónica del texto, se colige que no cualquier existencia es digna de ser vivida para el hombre; mucho menos si este ha renunciado a su vida, a su forma de ser, para prolongar su existencia. No porque la existencia no deba ser lo más larga posible (el platonismo condena el suicidio) sino porque la duración de la vida se entiende ligada a la preservación de su forma. Todo ello es bien conocido… La diferencia entre bíos y zoé, entre la vida en su dimensión humana y la dimensión animal de la vida, es un legado de la filosofía griega que el cristianismo filosófico ha podido afirmar y negar, aprovechar y rechazar en distintos sentidos. La supervivencia no añade al conocimiento divino ninguna nota especial. Lo que la vivencia tiene de “super” se reduce al punto de vista que la criatura tiene de su propia existencia: de los peligros superados y, sobre todo, de su inconsciencia -no saber- respecto de los peligros no avistados y sorteados a cada instante, por dentro (el cuerpo) y por fuera (el mundo). Dicha conciencia proporciona al individuo un marchamo de dignidad animal que lo previene contra el martirologio (...)
"La manía de sobrevivir",
Miguel Ángel Hernández Saavedra
Miguel Ángel Hernández Saavedra
en La supervivencia. Herramientas mínimas
Revista Shangrila nº 25
