Botonera

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31.5.15

XII. "ESPEJOS EN AUSCHWITZ. APUNTES SOBRE CINE Y HOLOCAUSTO", AARÓN RODRÍGUEZ SERRANO, Contracampo libros 13, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2015.






El triunfo de la voluntad (Triumph des willens, Leni Riefenstahl, 1935)







La imposibilidad de Hitler para dibujar correctamente el rostro de un ser humano ya sería, en sí misma, una idea lo suficientemente inagotable como para escribir un ensayo entero. Y, sin embargo, quizá la pasión de Hitler hacia el cine –la pasión de prácticamente todos los grandes dictadores del S. XX hacia el cine– le ofreció la clave para bordear, sibilinamente, su propia incapacidad de reflejar el alma, la personalidad, la existencia de otro.

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Resulta difícil imaginar la experiencia que tuvo que suponer para el futuro dictador contemplar aquellos rostros gigantescos en la gran pantalla, rostros que no solo descendían de la lógica terrible del expresionismo sino primeros planos, tremendas caras que se clavaban sobre el cuerpo de un Hitler empequeñecido, títere de su delirio, caras enormes con mensajes tremendos –¡Usted puede ser Caligari!– sobre el cuerpo inmovilizado, reducido, del delirante Adolf. Quizá por eso el rostro de las juventudes hitlerianas en El triunfo de la voluntad (Triumph des willens, Leni Riefenstahl, 1935) dominaba o daba forma de alguna manera a la torpeza pictórica del dictador.

Esos otros rostros, huellas del delirio ario, remitían directamente a la creación racial e ideológica que, sin pertenecer a Hitler por completo, sin duda le había elegido como catalizador delirante para reescribir una época entera. Los cuerpos de la Riefenstahl parecen esculturas, siempre atravesadas por la sombra mítica del sol y la tierra alemana, una sombra de épica que nada tiene que ver con la sombra expresionista de la locura. De no-pintar rostros a cincelarlos, perfeccionarlos mediante su logos/vómito (el del pequeño hombrecillo que controla entre sus dedos las fuerzas telúricas y la voluntad necesaria para dominarlas) y, en una eclosión erótica, ofrecer al mundo ese cuerpo colectivo y, sobre todo, ese rostro ligeramente escorado, dulcemente picado por la cámara.

La aberración nazi se mira en ese espejo/cine. La aberración nazi expone un extenso catálogo de piezas llenas de alegres muchachotes arios y hermosas muchachotas arias, y de todo ese catálogo de filmes interminables, hoy ya casi fagocitados por el tiempo, sobreviven las llamadas películas antisemitas: tres cintas en las que la escritura del odio era tan explícita que hoy en día solo pueden ser consideradas, simplemente, como los mecanismos exclusivos de preparación de la barbarie (...)

Espejos en Auschwitz
Aarón Rodríguez Serrano